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Bucle de verano

Bucle de verano

20 jun 2023

Poemas de Pizarnik, café barato y vino rosado. Revivo viejas rutinas que se perciben más oxidadas que en mis recuerdos. El abismo del tiempo deja a merced del ego el destino de mis días. El ahora es permanente, el día y la noche son uno mismo. Mi distracción: un curso universitario de frecuencia diaria con duración de dos horas y media. Un escape para aprovechar el tiempo y una medida preventiva para evitar la locura ante dos meses en casa. Me conecto con un grupo de extraños desde la distancia, comparto opiniones forzadas, sobre temas que me son indiferentes con el fin de completar mi porcentaje de participación. Los silencios incómodos y la ausencia de cámaras encendidas me hacen revivir los días de pandemia, aquellos que secuestraron mi bachillerato y me limitaron a terminarlo a través de videoconferencia.

Cada verano, mi rutina se deforma, en terapia entendí que de pequeño nunca tuve límites y por eso me parece tan sencillo mutilar mi horario de sueño. Despierto todos los días en punto de la una de la tarde, media hora antes de mi curso. Paso las mañanas durmiendo. Los ladridos del perro de mi hermana (que tiene el privilegio de vivir dentro de la casa) me despiertan ocasionalmente, aprovecho dichas interrupciones al ciclo de sueño para ir al baño, ya no puedo dormir sin al menos dos visitas al retrete. Como a lo mucho, dos veces al día, no puedo quejarme, aquí la comida aparece sola y no tengo que pagar por ella. Mi hora de dormir oscila entre las cuatro y cinco de la mañana, el amanecer es mi recordatorio para dejar de lado lo que sea que esté haciendo para forzarme a dormir.

Mi refugio es mi habitación, esa que desde que me fui tiene uso de almacén y cuarto para la siesta. No los culpo, mi colchón es el más cómodo de toda la casa; paso las tardes y las noches en él, leyendo, viendo algún video en mi computadora, deslizando por redes o escuchando Oasis. Enfrento batallas constantes contra la mala conexión de red, termino las luchas derrotado, limitándome a encender los datos móviles. Mis expediciones provocadas por el aburrimiento tienen como destino la habitación de mi hermano. Se encuentra a unos cuantos pasos de la mía, los dos cuartos se encuentran separados por el abandonado estudio de mi padre, ese que se encuentra atiborrado de libros de jurisprudencia. Toco la puerta tres veces para asegurarme de que es seguro pasar, saludo a Lolo, el perro de la pareja de mi hermano que suele estar aquí; un salchicha de apenas tres meses. Brinca emocionado y corre hacia mí.

Una o dos veces por semana escapo de casa para verme con amigos. Suelo encontrarme con ellos uno a uno, los grupos de antes ya no existen, los despedazó el tiempo, la distancia y el rencor. Trato de ponerme al día con sus vidas. Me doy el lujo de terminar de armar esos rompecabezas de sus vidas que intentaba cuadrar con las pistas que dejaban en redes. Dichas citas me inyectan una dosis de nostalgia, me recuerdan que, en efecto, estamos creciendo. Al volver a casa saludo a mi madre, que habita la sala como su espacio personal permanente, no suele preguntarme nada más allá de si me la pasé bien. Ella siempre está acompañada de las gatas de la casa, suele decir que no son suyas aunque todos sabemos que las quiere como si lo fueran. Todo es un bucle, un limbo a mitad de año que me orilla a pensar, y finalmente a escribir. Más allá de ser una rutina deprimente, está repleta de paz y calma que me permito disfrutar.