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BENSON MENTOLADOS LIGHT

BENSON MENTOLADOS LIGHT

20 dic 2024

La noche, los cigarros y la soledad son cosas que me recuerdan a mi madre. Cuando era niño, ella pasaba las madrugadas revisando expedientes jurídicos. Sola, iluminada únicamente por la luz del ventilador de techo que habitaba de forma permanente el espacio sobre la mesa de la cocina. Me enteré que fumaba y siempre fumó hasta que tenía trece años. Una tarde entré de golpe al balcón de mi hermana, y la encontré con un cigarro entre sus dedos.

—¿Fumas? — Se limitó a asentir con su cabeza mientras exhalaba bocanadas de humo.

Mi abuela también fumaba, eso siempre lo supe. Cuando en lugares públicos predominaba el olor a tabaco, solía decirles a mis hermanos que olía a “_mom_”, así le decíamos a mi abuela. No me molesta el olor al cigarro y creo que nunca lo hará; al contrario, me devuelve a una época donde fui feliz.

Recuerdo cuando en la escuela nos presentaron el concepto de fumador pasivo. Entendí que, por estar cerca de mi abuela, el humo de sus cigarros me convertiría en fumador pasivo. Fumé mi primer cigarro a los 14, a escondidas en el balcón de mi hermana, ahí donde un año antes había encontrado a mi mamá fumando. No captó mi atención, me limité a pedir cigarros en fiestas para entonarme con el ambiente de humo y música. El tabaco acompañado del alcohol; el mejor dueto de la historia.

Fue hasta la universidad donde conocí la marihuana. Los porros se volvieron parte de mi día a día, de mi soledad. Fumar viendo las estrellas en el pequeño balcón de mi departamento era mi actividad recreativa favorita. Mis sentidos agudizándose, mi mente dejándose llevar, empujándome a redactar los peores poemas que he escrito, pero que estaban llenos de magia. Dejé la marihuana por motivos médicos. Mi psiquiatra me advirtió de mi predisposición genética a padecer trastornos mentales, y cómo la marihuana es un detonador. Me costó aceptarlo, pero no dejarla. De eso ya tiene más de un año.

Hoy estaba acostado viendo al techo cuando sentí la necesidad de fumar un cigarro. No sé si es el crecer, o haber estado toda la mañana en la oficina rodeado de personas que no quieren trabajar, porque ya es diciembre y a estas alturas todo se deja para enero; que tuve mi última sesión de terapia del año y mi conclusión fue que estoy cansado, que son las fechas cuando acostumbro a estar de vacaciones pero por cuestiones laborales (y no académicas), no lo estoy. Tal vez, es ese cansancio el que me empujó a ir en búsqueda de una cajetilla.

Salí con mi sudadera café (que se ha vuelto mi prenda favorita en esta temporada) con la capucha puesta para no mojarme con la lluvia que llevaba ya varias horas cayendo. Encendí el carro y mientras escuchaba el parabrisas moverse me di cuenta de que ya estaba llegando. La primera tienda estaba cerrada, corte de caja. Fui a la siguiente en la ruta. Al entrar había dos personas en la fila, ambas hicieron pagos justo en el límite permitido de las diez de la noche. Esperé viendo las cajetillas a lo lejos, pensando en cuál comprar. No sé nada de cigarros, nunca había comprado una cajetilla para mí, siempre eran encargos. De pronto ya era mi turno, le di una mirada más a la pared tapizada de cajas con diferentes logos e imágenes horribles de piernas infectadas, gargantas perforadas o bebés que nacieron con complicaciones. Suspiro y pido unos benson mentolados light, son los que compra mi mamá.